domingo, 31 de octubre de 2010

Rompedor

Querido anecdiario,

Esta tarde he acompañado a un buen amigo a que cogiera el autobús hasta su casa. Mientras esperaba sentado a que se marchara en un banco, el conductor, que se encontraba justo al lado del vehículo, ha lanzado su teléfono móvil contra el suelo destrozándolo en el acto.

Con una sonrisa dibujada en el rostro, le ha comentado a un compañero que estaba cabreado y que por ese motivo había roto el teléfono. Ha soltado que se había acostumbrado a romper su móvil cada vez que le pasaba esto. El compañero ha empezado a reírse mucho, tanto, que me lo ha contagiado y he reído con él todo el tiempo que hemos permanecido allí.

El conductor en ver nuestras risas, ha cogido los tres pedazos que quedaban del teléfono y los ha puesto tras la rueda delantera derecha del autobús. Después ha subido al vehículo, lo ha puesto en marcha y ha pasado por encima de él cinco veces mientras reía con saña. Su compañero y yo hacíamos lo propio con tono ascendente, mirándonos de vez en cuando mientras compartíamos el momento.

Tras el genocidio, el conductor se ha marchado hasta su próximo destino, no sin antes pitar un par de veces para despedirse sin perder esa sonrisa que le caracterizaba.

A los pocos segundos, una chica que también lo había visto todo, se ha acercado a ver lo que quedaba del teléfono y ha gritado:

"¡Sigue entero! Ya tengo móvil pa' la niña!"


No hay mal que por bien no venga...

domingo, 10 de octubre de 2010

Niños...

Querido anecdiario,

La otra tarde me encontraba esperando el tren en la estación para volver a casa. Llegué pronto, por lo que me puse a leer para aprovechar la espera. Tras unos minutos immerso en la lectura, empezó a aparecer gente a mi alrededor, la estación se desbordó y no me percaté de ello hasta que al poco, una voz entrecortada empezó a hablar cerca de mi oído. Tardé unos segundos en darme cuenta que me estaba hablando a mi.

"T-te estás leyendo est-to?"

Era un niño. Un niño de no más de seis años de ojos oscuros que miraba el libro con atención.

Tras vacilar unos instantes, le contesté que sí con un tono amigable. Puse el punto de lectura en la página y cerré el libro. Tras hacerlo, el niño empezó a contarme que tenía muchos libros en casa, grandes y gruesos como el mío, con muchas letras pequeñas que llenaban todas las páginas. Tras decir esto, me pidió el mío y me señaló el nombre y el apellido del escritor.

"¿Qué es esto?" - preguntó.

Le contesté que era el nombre y apellido del autor, la persona que había escrito el libro. Sin decir nada, señaló el título del libro y preguntó de nuevo, que era. Le respondí que ese era el título del libro, el nombre que le había puesto la persona que lo había escrito. De nuevo y sin mediar palabra, apuntó al nombre del autor y preguntó que era. Le contesté y esta vez le enseñé la foto del escritor, que se encontraba en la cubierta trasera. El niño me dio el libro y se mantuvo callado unos segundos.

"¡La tele de la casa es menos difícil!"


Ya decía yo...