Querido anecdiario,
Llegaba el otro día al hospital a hora punta de la tarde topándome con un colapso de magnas dimensiones en el vestíbulo. Lejos de mostrar interés en subir siete pisos por las escaleras, decidí darme el lujo de hacer el cuarto café del día en la cafetería.
Cuando estuve de vuelta, el vestíbulo yacía vacío. Entonces me acerqué al ascensor y esperé su llegada. Se abrieron sus oxidadas puertas verdes y marqué el número siete en el panel. Justo cuando se cerraban las puertas, un chico de unos veintitantos se coló en un suspiro profiriendo un sonoro "Uyyy!"
Marcó la octava y se apoyó orgulloso en el pequeño habitáculo. Subimos hasta el segundo y las puertas se abrieron. Cual sorpresa la nuestra cuando se nos mostraron un par de chicas disfrazadas de payaso. Una de ellas preguntó si bajábamos, a lo que respondimos educadamente que no.
Entonces, la expresión de la chica que se encontraba a su derecha cambió, creando una fea mueca digna del llanto más desgarrado. No tardó en arrancar un berreo parodiado bastante convincente que retronó con eco por toda la planta.
- No llores, mujer! -dijo el chico insinuando una sonrisa.
- Subid, que en un momento estáis abajo! -dije yo.
La muchacha respondió berreando aún más y acercándose imponente a las puertas del ascensor. La expresión de tristeza se transformó en ira y casi como si se tratara del berrinche de un crío, la chica apedreó todos los botones del panel, marcando todos los pisos que había en el edificio. Luego salió como una exhalación cerrándose las puertas tras de sí.
Odio a los payasos...
Llegaba el otro día al hospital a hora punta de la tarde topándome con un colapso de magnas dimensiones en el vestíbulo. Lejos de mostrar interés en subir siete pisos por las escaleras, decidí darme el lujo de hacer el cuarto café del día en la cafetería.
Cuando estuve de vuelta, el vestíbulo yacía vacío. Entonces me acerqué al ascensor y esperé su llegada. Se abrieron sus oxidadas puertas verdes y marqué el número siete en el panel. Justo cuando se cerraban las puertas, un chico de unos veintitantos se coló en un suspiro profiriendo un sonoro "Uyyy!"
Marcó la octava y se apoyó orgulloso en el pequeño habitáculo. Subimos hasta el segundo y las puertas se abrieron. Cual sorpresa la nuestra cuando se nos mostraron un par de chicas disfrazadas de payaso. Una de ellas preguntó si bajábamos, a lo que respondimos educadamente que no.
Entonces, la expresión de la chica que se encontraba a su derecha cambió, creando una fea mueca digna del llanto más desgarrado. No tardó en arrancar un berreo parodiado bastante convincente que retronó con eco por toda la planta.
- No llores, mujer! -dijo el chico insinuando una sonrisa.
- Subid, que en un momento estáis abajo! -dije yo.
La muchacha respondió berreando aún más y acercándose imponente a las puertas del ascensor. La expresión de tristeza se transformó en ira y casi como si se tratara del berrinche de un crío, la chica apedreó todos los botones del panel, marcando todos los pisos que había en el edificio. Luego salió como una exhalación cerrándose las puertas tras de sí.
Odio a los payasos...